sábado, 12 de julio de 2014

El que percibe

Pasado, presente, futuro, ¿Qué son para mí en este instante en el que una nueva piel me reviste? Tal vez tragado por un vortex agazapado en una solitaria cabaña, en la grave profundidad del bosque, he llegado a esta curiosa versión de aquel que soy.

Son amplias las cosas que susurra el absoluto en los lugares silenciosos.

Yo soy la única forma de vida en la Tierra cuya existencia puedo comprobar empíricamente. Todo cuanto me rodea es lo que yo determino, porque nunca jamás nada podrá distorsionar lo que percibo, aún distorsionando con artes mágicas mi entendimiento. Porque incluso ese suceso estaría pasando a través de mi evaluación.

Son amplias las cosas que susurra el absoluto en los lugares silenciosos.

Las eras del mundo existen mientras exista mi percepción sobre ellas y aún aquellas que no pude discernir reciben su difusa imagen de parte de mi imaginación. Yo percibo.

Siempre sentí que tenía dos caras y dos cuerpos como el águila bicéfala. Siempre percibí que era un mutante y temí con horror ser el culpable de todo el despropósito que encierra el mundo. Pero también me sedujo la idea de ser el creador de lo bello. De esas maravillas de la naturaleza que deberían ser eternas, de las praderas y los majestuosas montañas.

Son amplias las cosas que susurra el absoluto en los lugares silenciosos.

Creo escuchar un hombre que le canta al espacio, un hombre que ha superado al dios convencional y fija sus pequeños ojos en la inmensidad voraz y profunda. Y piensa que allí hay algo más que una imagen infinita de si mismo mirando el alma oscura del universo.

En un momento todas las cosas están dadas y se siente un júbilo que invita a despojarse del mundo y disfrazarse de alma libre. Pero en cuanto el ser se libera de la primera atadura, la dura realidad sustentada por sus sentidos cae sobre él como una fiera resentida que no puede tolerar tan singular alegría.

Entonces se piensa en bestias tenebrosas y cosas ofensivas, para protestar ante las inquebrantables leyes del a física que nunca fueron votadas por quienes las padecen.
Pero el universo tiene por sacramento el silencio y nunca se rebajó a dar respuestas a seres insignificantes y finitos.
En definitiva todos los esfuerzos de los pensantes son en el fondo para que él los considere algún día, dignos de recibir sus palabras.

Todo cuanto imaginan de mi es mentira y será  en vano cualquier intento de descifrar mis intenciones  aún menos mis motivaciones, que carecen de forma conocida. Que no figuran en nada que habite dentro del tiempo. Yo no vengo de un lugar ni nada que remotamente se le parezca.
Por eso no hay jaula conceptual que me pueda atrapar, no caeré fácilmente en redes de lenguajes y todo intento de clasificarme sólo creará un mito inútil  falto de lógica.

Y por eso nunca me encuentran aunque me vean. Una luz en el cielo, una nave prodigiosa o una inquietante sombra sin dueño, cualquiera puede ser mi forma, cosa que no me importa.

La hormiga no comprende lo que es el hombre y sólo ve un enorme pie que se pierde en la inmensidad de alturas incalculables. Así ven los humanos a los huracanes o los soles y no comprenden que son un aspecto fragmentado de la realidad absoluta. Así ven también a sus semejantes y a menudo ignoran que son un misterio quizás más insondable que el espacio profundo.

martes, 1 de julio de 2014

La bestia triste

Yo tenía un corazón puro,  y nobles sentimientos hacia mis semejantes y recibí golpes, burlas y desprecio. Entonces me hice duro como hacen todos los seres vivos para sobrevivir  y juzgo el mundo con rigor, así como a mí se me ha juzgado. Pero no juzgo a los hombres si no a sus obras. Y en silencio y soledad lloro por ellos, evitando a todos el patético espectáculo de mis emociones. Pero cada guerra, cada horror y cada desgracia es un puñal terrible que se clava en mi pecho y me pregunto aterrado ¿Qué hemos hecho? Del mundo, de nosotros mismos, del futuro de nuestros hijos ¿Qué hemos hecho? ¿Cómo es posible que hayamos fallado de una forma tan atroz? ¿Cuándo fue el día que comenzamos a escalar estas escarpadas montañas de la indignidad? ¿Qué hay en nuestro ser que nos empuja al odio, a la destrucción a la maldad bestial? De pronto todas las víctimas del mundo me miran desde sus tumbas, con una tristeza tan infinita y desoladora que mi alma no para de hacerse pedazos y miro el oscuro y aterrador universo sobre mí, que me devuelve indiferencia y olvido. Nadie responde desde allí, nadie hay que se apiade de nosotros. Y me pregunto cómo alguna vez se nos pudo haber ocurrido que existía un dios de este planeta. Si la propia naturaleza es cruel, perversa y torcida ¿Qué podíamos hacer? ¿Acaso bastaba la fuerza de nuestros ideales para vencer la muerte y la enfermedad, o la necesidad que nos obliga a ir a unos contra otros, o la búsqueda del placer que nos empuja a vivir mil penurias? Todo parece indicar que fuimos creados para ser monstruos despiadados, nosotros y los que nos precedieron, desde los dinosaurios y reptiles hasta los homínidos. ¿Entonces porqué a veces la bestia humana con la sangre aún en sus fauces es invadida por una brisa de melancolía y vislumbra en un segundo un mundo que podría ser mejor, más puro, mas bueno y más bello? Es algo que no se corresponde con la realidad que le ha tocado vivir y le añade una extraña  y dolorosa conciencia de la condición terrible en la que está atrapada.