sábado, 2 de agosto de 2014

Instante

Como Ícaro, yendo hacia el sol con alas de cera, o de tela encerada, o de papel, o de sueños. Sueños de hombre, frágiles, perecederos, inmensos y pequeños. Alas de sueños solitarios, que se creen acompañados. Como Ícaro sabiendo que le espera el abismo y sin embargo dándolo todo por sentirse al menos una vez como un dios. Pasando vergüenza ante los desconocidos que ríen desde abajo, hasta que el hombre se estrella bajo la mera torre Eiffel. Y sólo así consigue un instante de respeto o una leve briza de algo similar a la compasión.


Entregando el alma por un instante de sabiduría, o de fantasía pura y sin esperanzas. Por la ilusión de ese poder, que al menos en delirios nos permita ver desde arriba los palacios y despreciar todo aquello por los que los poderosos se desviven. Un momento de autosuficiencia que nos permita despreciar incluso los placeres más anhelados, hasta que eso mismo y todo lo demás que se conoce pase a ser una neblina, una fantasmagoría irrisoria que despierta ternura o desprecio en aquel que lo ha logrado todo, al menos al borde del límite difuso de una milésima de segundo.

La gota de lluvia

La ciencia ha danzado en la palma de su  mano una melodía triste más antigua que el tiempo. Mientras observo el agua de la fuente cristalina pienso en su presencia majestuosa que atraviesa todo lo que es, será o podrá ser. Pienso en las escalofriantes respuestas que me ha brindado, como un abrigo de fuego que los crueles otorgaran a un mendigo. Su rostro fue soñado en presencia de Amón. Aquellos que moran más allá de la frontera de nuestras desdichas, lloraron al sentir su aliento. Y será él quien deje vacías las camas de los poderosos. Quien sublime los universos que gotean de su frente afiebrada por el calor de luces supremas.
Aquel que integro, habló sobre la materia: Es breve y compleja. Arcilla fructífera, dúctil para refinados trabajos. Está hecha de la ilusión pura y su sustento es una persistente y poderosa fantasía. El átomo es un pretexto, una casa ilusoria para reunir partículas de un sueño que hemos soñado juntos.
Aquel que me conforma dijo sobre el espíritu: Que podría ser maestro entre los sueños. Avatar en la leyenda de la vida sobre el mundo. Pero está encerrado en la prisión del miedo y la necesidad, cuya llave solo encontrará, conociendo los rostros infinitos de un mar de universos.
Muchos creen haber ascendido en el espíritu y solo vislumbraron el último destello del reflejo de una parábola murmurada en los jardines de la inmensidad. Dicen haber superado el tiempo y el espacio y juzgan con agrio acento a sus congéneres.
Ninguna de esas brutalidades denominadas religiones ha dado jamás un fruto verdadero ya que conducen al ser a una sumisión rudimentaria y grosera.  A una limitación indigna de una entidad inteligente. A unos despectivos misterios destinados a niños dementes.
Y luego me otorgó el gran secreto, diciendo:
Que el hombre es el creador de todo lo que existe. Persigue un eco de su futuro en el océano del tiempo, donde uno de sus linajes, tal vez un recuerdo lejano de lo que fue la humanidad, se expande por todo los universos como una conciencia absoluta que decide crearlo. Por eso todo aquel que se transforma en hombre dice, yo soy el alfa y el omega y soy el único camino hacia el absoluto. Yo, el hombre mortal, el que tiene miedo, el que va a morir y apenas será por un tiempo un recuerdo sombrío para sus hermanos.
Y me pidió que recorriera los cavernosos laberintos del lenguaje en busca de palabras que llegaran al intelecto de los hombres. Y dijo que algunas de ellas serían abominadas por algunos seres humanos. Y que quien así procediera estaría despreciando la verdad por temor, ignorancia  y mezquindad.
Más no será a mí a quien tendrán que escuchar, sino a mis palabras, que realmente no me pertenecen. Yo soy alguien más, insignificante y sumamente imperfecto como todos.
Qué más quisiera yo, simple mortal, que acariciar sus confundidas almas con un bálsamo de esperanza y piedad y regocijarme en la paz de sus semblantes. Pero no puedo. Me he desposado con la verdad que inundó mi ser. Debo mostrarles el abismo, el largo y angustioso camino hacia la dicha absoluta. Debo mostrarles la furia que reside en la misma esencia de la materia. Ciertamente toda la naturaleza descansa en la violencia esencial. No hay amor en la naturaleza. Tal cosa es una construcción humana que tiene propósitos psicológicos y estabilizadores. El amor sería pernicioso para cualquier animal, lo sometería a problemas adicionales al de la supervivencia. Ese reto que la vida enfrenta y en el que tarde o temprano sucumbirá.
Pero el hombre se sirve del amor como de otras grandes obras de la mente, para avanzar.
Sería fácil hablar de amor universal. Pero otra de las grandes revelaciones es que hay sentimientos superiores al amor y muy por encima de él. Sentimientos que nos están vedados porque nuestra mente aún no es capaz de contenerlos.

Me sumerjo en las cristalinas aguas de la fuente y llego a viajar en la enloquecida ubicuidad de los electrones.  Millones de dinámicas complejas, produciendo un número quizás infinito de realidades posibles. El roce de una de estas trayectorias es nuestra realidad conocida. Millones de veces más frágil y efímera que el discurrir de una gota de lluvia sobre un aterciopelado pétalo de rosa.