La mayoría de los humanos lo ven todo humanamente, pasan el
universo entero a
través del tamiz de sus emociones y le atribuyen sus estados
de ánimo, esperanzas y
deseos. Ante la indiferencia del absoluto y lo inevitable se
esconden aterrados tras las
viejas estatuas de sus ídolos, e imaginan diálogos
imaginarios con grandes amigos
invisibles que crecieron junto a ellos desde sus más tiernas
infancias.
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El abuso de lo social es similar a las adicciones. Una
dependencia obsesiva de las
imágenes que el adicto a la sociabilidad crea de los demás.
Imágenes accesorias de su
vida. Personajes secundarios que vienen a sustentar la
gigantesca importancia que suele
dar a su ego. Hoy todos se creen en cierta forma artistas y
van por los mundos
virtuales mendigando atención. Esperan una moneda en su
sombrero por mostrar los
maravillosos detalles de su vida, sin imaginar cuan aburrida
es para el resto de los
egoístas.
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Como un ejército de uno solo marcharé, siempre uno solo y
nadie más. Recelo y
desconfianza hacia quien
se disfraza de semejante para hacerme amar la religión que ha
surgido de sus masturbaciones espirituales. Pero yo me rebelo
con los ojos rojos
mientras devoro la presa que acabo de cazar con mis manos
valientes. Y conmigo
marchan millones y millones de otros yo, que son solo a mi
imagen y semejanza.
Aplastando a los otros que ocupan un mundo que solo debe ser
para mí y nadie más.
Mientras sigamos creyendo que los demás son nuestro único
recurso para alcanzar la felicidad, ellos seguirán siendo nuestra principal
fuente de sufrimiento.