Como todas las cosas la autosinceridad absoluta tiene un
precio. La honestidad intelectual del cerebro con sí mismo cobra una cuota más
o menos elevada según el momento y la situación.
Tal condición me lleva a una consciencia permanente de mi
propia ignorancia, a la aceptación de la endeble estructura sobre la que debo
hacer equilibrio a sabiendas de que tarde o temprano me desplomaré hacia un
vacío inconmensurable y arcano.
En ciertos momentos, asumir esa idea me produce un estado de
nausea que trasciende ampliamente al sistema digestivo. Pero no quiero aceptar
analgésicos ni remedios de los llamados espirituales, sobre todo por su
insoportable y amargo sabor a consuelo. Otros se hacen adictos a ellos.
Mi existencia se asienta sobre cuatro endebles certezas: el
placer, el dolor, las emociones y la muerte. Todo lo demás es teoría,
especulación y en gran medida fantasía.
Y aquellos que tienen certezas sobre cosas que a todas luces
son inexplicables, o viven en una ilusión irracional o simplemente mienten para
obtener algún tipo de beneficio.
Hay dos frases que he escuchado por ahí y que encierran gran
parte de la sabiduría del mundo en una sencillez tajante y majestuosa: "No
sabemos nada" y "Nadie conoce a nadie".
Sé que todos estos asuntos sobre el sentido de la vida son
muy trillados en la historia del pensamiento y no los planteo para hacerme
creer a mi mismo que he descubierto algo, sino para no olvidar lo fundamental
de mi realidad.
Nunca comprendí la fe, porque no me queda claro el mecanismo
por el cual alguien llega a creer ciegamente en algo de lo cual no tiene la más
mínima prueba concreta.
A mi alcance sólo está aquello que se puede percibir a
través de los sentidos o se puede comprender a través del intelecto y no más
allá del límite de su capacidad.
Claro que hay quienes aseguran que sentir es una forma de
conocimiento. ¿Pero qué cosa se puede conocer sintiendo más que el sentimiento
en sí? O sea una experiencia absolutamente solitaria, personal e intransferible.
Yo puedo sentir de una forma muy intensa que tengo en determinado momento una
conexión muy fuerte con el universo, pero no tengo forma de saber si ese
universo que yo siento es el verdadero o uno construido por mi mente. Entonces
podría ser que yo me estuviera conectando con un universo creado por mí, sólo
conocido por mi persona.
A contracorriente de cierta idea muy exitosa en estos
tiempos yo no creo en la interconexión. Mi experiencia es que los cerebros son
entidades aisladas, que establecen una serie de lenguajes más o menos básicos y
superficiales para comunicarse en forma bastante distorsionada con otros
cerebros. La apariencia similar de ciertas experiencias en común hace creer a
estas entidades pensantes que están conectadas con las otras. Sin embargo no
tienen forma de constatar el resultado final de las experiencias y
comunicaciones en los otros, pues para ello deberían ser los otros, lo cual no
es así evidentemente. Todo ello me parece que responde a la necesidad de
sentirse menos solo, o mejor dicho de vivir la fantasía de que no se está
aislado. Pero la experiencia vivida hasta el momento me indica que siempre
estuvimos solos. Parece que a los demás y a mí nos cuesta aceptar en forma
profunda que somos islas. Pienso que cuando creemos sentir las mismas cosas
intentamos imitar burdamente lo que creemos que otros sienten, simplemente para
sentirnos acompañados.
Volviendo al tan mentado universo, en su concepto más amplio
a mí me resulta totalmente ajeno y hostil. No veo que nexo pueda tener yo con
ese espacio inconmensurable y siniestro plagado de objetos inmensos y
aterradores, donde no existe la más mínima posibilidad de que yo respire o
sobreviva. Por si fuera poco, más allá de los notables descubrimientos de la
ciencia, continúa siendo algo absolutamente inexplicable y falto de sentido
conocido para mi humilde inteligencia.
Por supuesto que formo parte de él y mi materia surgió allí,
pero eso no me produce ninguna ventaja que yo pueda utilizar para sentirlo más
cercano o conocido.
El teclado, la ropa, las paredes también son parte del
universo, pero para la percepción a la que accedo siguen siendo cosas externas
a mi centro, mi mente o mi propio organismo. Esa es la verdad. El otro ser vivo
o el otro objeto continúa siendo el otro y yo no conozco más que su imagen o la
ilusión de su tacto. De nada me vale que a nivel subatómico no existan límites
definidos entre todo lo que existe. Para mi esos límites son reales y me
obligan a adoptar la precaución de no intentar atravesar la pared corriendo,
por ejemplo.
En cuanto a las personas, las hay que me resultan agradables,
simpáticas y siento un sincero y profundo afecto por algunas de ellas. Otras me
resultan indiferentes, francamente desagradables o aborrecibles. De manera tal
que me es imposible sentirme conectado a todas ellas, por más que comparta la
misma situación biológica y según dicen, un origen común. Tampoco me resulta
posible conocerlas, más allá de los datos que recibo de mis sentidos o los
pensamientos que ellas decidan comunicarme con las herramientas que poseen para
hacerlo.
Por sus obras sólo puedo conocer tales obras, ya que el
hombre es capaz de salvar una vida y
generar una catástrofe, todo durante el mismo día.
Por otra parte, nuestra comunicación se realiza a través de
lenguajes consensuados y limitados, a los cuales escapa la descripción precisa
de aquello que se denomina inefable.
Por todo ello no conozco los pensamientos de los demás en su
estado verdadero y original. Menos aún puedo conocer sus intenciones o las
intenciones que creen tener. En mi experiencia yo mismo ignoro muchas de mis intenciones.
Desde donde estoy no puedo comprender el sentido de ninguna
cosa en realidad y pienso que quizás no necesariamente tiene que haberlo.
Quizás la única finalidad es aquello que es en sí mismo y
nada más.
El viejo conflicto humano, más allá de la supervivencia que
es un mandato compartido con todos los seres vivientes, es encontrar un
sentido. La religión y la filosofía han nacido con esta finalidad. Hasta donde
he podido comprender nadie ha podido descubrir o probar el sentido de todo lo
que existe, incluido el ser humano.
A cambio de esa falta de sentido, parece que poseemos una
gran libertad mental, que a pesar de tener sus límites, no parece ser utilizada
en todo su potencial por la mayoría de las mentes de este mundo.
No estoy en posición de negar cualquier teoría o idea sobre
el sentido de la existencia, pero no he encontrado pruebas plausibles que las
respalden. Hay quienes piensan que todo forma parte de una evolución hacia algo
superior, pero no hay modo de saberlo a ciencia cierta.
Podría ser perfectamente que el universo sea producto de una
inteligencia, pero de ser así, hace mucho tiempo que pienso que tal entidad
sería absolutamente incomprensible para mí y de existir me parece que es
absolutamente indiferente a las inquietudes o preocupaciones de las pequeñas
inteligencias que podamos existir en el universo. Por esas razones, los dioses
de la humanidad me parecen creaciones imaginarias basadas en conceptos bastante
elementales.
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