La ciencia ha danzado en la palma de su mano una melodía triste más antigua que el
tiempo. Mientras observo el agua de la fuente cristalina pienso en su presencia
majestuosa que atraviesa todo lo que es, será o podrá ser. Pienso en las
escalofriantes respuestas que me ha brindado, como un abrigo de fuego que los
crueles otorgaran a un mendigo. Su rostro fue soñado en presencia de Amón.
Aquellos que moran más allá de la frontera de nuestras desdichas, lloraron al
sentir su aliento. Y será él quien deje vacías las camas de los poderosos.
Quien sublime los universos que gotean de su frente afiebrada por el calor de
luces supremas.
Aquel que integro, habló sobre la materia: Es breve y
compleja. Arcilla fructífera, dúctil para refinados trabajos. Está hecha de la
ilusión pura y su sustento es una persistente y poderosa fantasía. El átomo es
un pretexto, una casa ilusoria para reunir partículas de un sueño que hemos
soñado juntos.
Aquel que me conforma dijo sobre el espíritu: Que podría ser
maestro entre los sueños. Avatar en la leyenda de la vida sobre el mundo. Pero
está encerrado en la prisión del miedo y la necesidad, cuya llave solo
encontrará, conociendo los rostros infinitos de un mar de universos.
Muchos creen haber ascendido en el espíritu y solo
vislumbraron el último destello del reflejo de una parábola murmurada en los
jardines de la inmensidad. Dicen haber superado el tiempo y el espacio y juzgan
con agrio acento a sus congéneres.
Ninguna de esas brutalidades denominadas religiones ha dado
jamás un fruto verdadero ya que conducen al ser a una sumisión rudimentaria y
grosera. A una limitación indigna de una
entidad inteligente. A unos despectivos misterios destinados a niños dementes.
Y luego me otorgó el gran secreto, diciendo:
Que el hombre es el creador de todo lo que existe. Persigue
un eco de su futuro en el océano del tiempo, donde uno de sus linajes, tal vez
un recuerdo lejano de lo que fue la humanidad, se expande por todo los
universos como una conciencia absoluta que decide crearlo. Por eso todo aquel
que se transforma en hombre dice, yo soy el alfa y el omega y soy el único
camino hacia el absoluto. Yo, el hombre mortal, el que tiene miedo, el que va a
morir y apenas será por un tiempo un recuerdo sombrío para sus hermanos.
Y me pidió que recorriera los cavernosos laberintos del
lenguaje en busca de palabras que llegaran al intelecto de los hombres. Y dijo
que algunas de ellas serían abominadas por algunos seres humanos. Y que quien
así procediera estaría despreciando la verdad por temor, ignorancia y mezquindad.
Más no será a mí a quien tendrán que escuchar, sino a mis
palabras, que realmente no me pertenecen. Yo soy alguien más, insignificante y
sumamente imperfecto como todos.
Qué más quisiera yo, simple mortal, que acariciar sus
confundidas almas con un bálsamo de esperanza y piedad y regocijarme en la paz
de sus semblantes. Pero no puedo. Me he desposado con la verdad que inundó mi
ser. Debo mostrarles el abismo, el largo y angustioso camino hacia la dicha absoluta.
Debo mostrarles la furia que reside en la misma esencia de la materia.
Ciertamente toda la naturaleza descansa en la violencia esencial. No hay amor
en la naturaleza. Tal cosa es una construcción humana que tiene propósitos
psicológicos y estabilizadores. El amor sería pernicioso para cualquier animal,
lo sometería a problemas adicionales al de la supervivencia. Ese reto que la
vida enfrenta y en el que tarde o temprano sucumbirá.
Pero el hombre se sirve del amor como de otras grandes obras
de la mente, para avanzar.
Sería fácil hablar de amor universal. Pero otra de las
grandes revelaciones es que hay sentimientos superiores al amor y muy por
encima de él. Sentimientos que nos están vedados porque nuestra mente aún no es
capaz de contenerlos.
Me sumerjo en las cristalinas aguas de la fuente y llego a
viajar en la enloquecida ubicuidad de los electrones. Millones de dinámicas complejas, produciendo
un número quizás infinito de realidades posibles. El roce de una de estas
trayectorias es nuestra realidad conocida. Millones de veces más frágil y
efímera que el discurrir de una gota de lluvia sobre un aterciopelado pétalo de
rosa.
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