Vacío, sin emociones, sin esperanzas, características del
estado más lúcido al que
puede aspirar la condición humana. Es como recibir una
migaja rancia del estado
original del universo.
¿Quién pude criticarme? Nadie tiene la autoridad para
hacerlo porque no mendigo
aplausos ni someto mi intrincado laberinto de ideas a
ninguna cátedra humana.
El artista en su concepto más extendido es un ser indigno,
que busca el interés o
incluso la ovación de un determinado número de simios. Me
niego a seguir sus
pasos.
Se puede ser feliz siendo asocial, insociable huraño y
misántropo. Sólo basta con
darse el lujo de poner al mundo en su verdadero contexto
universal y temporal. De
esa forma se descubre
la ínfima importancia de las adhesiones humanas.
Prefiero la soledad a esas complacientes relaciones de
hipocresía compartida, de
engaños consentidos mutuamente, de manipulación enmascarada.
De utilitarismo
alimentado por el ego, bajo el cínico disfraz de la simpatía
gratuita.
Mi arma es el desprecio, esa que han disparado contra mí
tantas veces, que al cabo
de un tiempo sin morir por sus ataques me ha permitido
acumular suficiente munición
para cagarme en el mundo entero.
Yo no prometo iluminación, soy más honesto, solo me asomo a
un abismo
insondable y tengo la humildad de declarar que me es
desconocido y que me da
miedo. Sólo tengo la honestidad de reconocerme infinitamente
inferior al absoluto y no
considerarme ni siquiera la más pequeña de sus prioridades.
Perdonadme (aunque en realidad no importa) yo nací entre los
humanos y en todo
pretendí parecerme a ellos, pero no lo he logrado. Y de
aquellos de los cuales me he
enamorado son los apestados, los que son apartados de los
congresos y certámenes
de monos para premiar a otros monos por mostrar sus mejores
piojos. Perdonadme,
no he sido un buen mono, no he acumulado suficientes cosas
podridas en mi
madriguera, no he adorado a un dios con forma de mono ni he
proclamado a los
simios como la cosa más importante y bonita de la creación.
Tampoco me he sentido
identificado con una reserva territorial en especial como es
costumbre entre los
grandes simios. Dispensadme, para mí las banderas son
estupideces y las fronteras
acuerdos entre monos ricos para administrar su riqueza en
detrimento de las masas, no
lo puedo evitar, me repugna la imbecilidad. Yo sólo hubiera
deseado que todos fueran
felices, hasta los mosquitos, las moscas y las arañas, por
quienes siento una especial
repugnancia y aún así no comprendo cómo los animalistas no
defienden también sus
derechos, hallando en ellos un valor infinitamente menor al
de las vacas o las ballenas
por quienes parecen dispuestos a dar la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario