sábado, 2 de agosto de 2014

Instante

Como Ícaro, yendo hacia el sol con alas de cera, o de tela encerada, o de papel, o de sueños. Sueños de hombre, frágiles, perecederos, inmensos y pequeños. Alas de sueños solitarios, que se creen acompañados. Como Ícaro sabiendo que le espera el abismo y sin embargo dándolo todo por sentirse al menos una vez como un dios. Pasando vergüenza ante los desconocidos que ríen desde abajo, hasta que el hombre se estrella bajo la mera torre Eiffel. Y sólo así consigue un instante de respeto o una leve briza de algo similar a la compasión.


Entregando el alma por un instante de sabiduría, o de fantasía pura y sin esperanzas. Por la ilusión de ese poder, que al menos en delirios nos permita ver desde arriba los palacios y despreciar todo aquello por los que los poderosos se desviven. Un momento de autosuficiencia que nos permita despreciar incluso los placeres más anhelados, hasta que eso mismo y todo lo demás que se conoce pase a ser una neblina, una fantasmagoría irrisoria que despierta ternura o desprecio en aquel que lo ha logrado todo, al menos al borde del límite difuso de una milésima de segundo.

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