Con el tiempo mis anhelos se volvieron dignamente austeros.
Esperanzas pequeñas que se constriñen a una pequeña vida biológica envuelta en
nubes de pensamientos. Pero mis sueños no, ellos crecieron enquistados en su
imposibilidad. Y un día me vi con un manojo de universos entre las manos. Y no
supe qué hacer con ellos. Me di cuenta que nada impedía que eso fuera real y
todo lo que hacía con ellos era nefasto, caótico y sin sentido. Entonces me
dije que quería renunciar a mi divinidad, porque para ejercerla debía cometer
injusticias en aras de justicias mayores incapaces de anular el sufrimiento
generado por sus existencias. Me vi incapacitado de lidiar con esas ecuaciones
tan extrañas. Hoy pienso que quizás nuestros hijos, dotados de inteligencia
artificial puedan resolver el dilema ya que no están sujetos al misterio de la
vida.
lunes, 22 de septiembre de 2014
Vacío
Vacío, sin emociones, sin esperanzas, características del
estado más lúcido al que
puede aspirar la condición humana. Es como recibir una
migaja rancia del estado
original del universo.
¿Quién pude criticarme? Nadie tiene la autoridad para
hacerlo porque no mendigo
aplausos ni someto mi intrincado laberinto de ideas a
ninguna cátedra humana.
El artista en su concepto más extendido es un ser indigno,
que busca el interés o
incluso la ovación de un determinado número de simios. Me
niego a seguir sus
pasos.
Se puede ser feliz siendo asocial, insociable huraño y
misántropo. Sólo basta con
darse el lujo de poner al mundo en su verdadero contexto
universal y temporal. De
esa forma se descubre
la ínfima importancia de las adhesiones humanas.
Prefiero la soledad a esas complacientes relaciones de
hipocresía compartida, de
engaños consentidos mutuamente, de manipulación enmascarada.
De utilitarismo
alimentado por el ego, bajo el cínico disfraz de la simpatía
gratuita.
Mi arma es el desprecio, esa que han disparado contra mí
tantas veces, que al cabo
de un tiempo sin morir por sus ataques me ha permitido
acumular suficiente munición
para cagarme en el mundo entero.
Yo no prometo iluminación, soy más honesto, solo me asomo a
un abismo
insondable y tengo la humildad de declarar que me es
desconocido y que me da
miedo. Sólo tengo la honestidad de reconocerme infinitamente
inferior al absoluto y no
considerarme ni siquiera la más pequeña de sus prioridades.
Perdonadme (aunque en realidad no importa) yo nací entre los
humanos y en todo
pretendí parecerme a ellos, pero no lo he logrado. Y de
aquellos de los cuales me he
enamorado son los apestados, los que son apartados de los
congresos y certámenes
de monos para premiar a otros monos por mostrar sus mejores
piojos. Perdonadme,
no he sido un buen mono, no he acumulado suficientes cosas
podridas en mi
madriguera, no he adorado a un dios con forma de mono ni he
proclamado a los
simios como la cosa más importante y bonita de la creación.
Tampoco me he sentido
identificado con una reserva territorial en especial como es
costumbre entre los
grandes simios. Dispensadme, para mí las banderas son
estupideces y las fronteras
acuerdos entre monos ricos para administrar su riqueza en
detrimento de las masas, no
lo puedo evitar, me repugna la imbecilidad. Yo sólo hubiera
deseado que todos fueran
felices, hasta los mosquitos, las moscas y las arañas, por
quienes siento una especial
repugnancia y aún así no comprendo cómo los animalistas no
defienden también sus
derechos, hallando en ellos un valor infinitamente menor al
de las vacas o las ballenas
por quienes parecen dispuestos a dar la vida.
sábado, 2 de agosto de 2014
Instante
Como Ícaro, yendo hacia el sol con alas de cera, o de tela
encerada, o de papel, o de sueños. Sueños de hombre, frágiles, perecederos,
inmensos y pequeños. Alas de sueños solitarios, que se creen acompañados. Como
Ícaro sabiendo que le espera el abismo y sin embargo dándolo todo por sentirse
al menos una vez como un dios. Pasando vergüenza ante los desconocidos que ríen
desde abajo, hasta que el hombre se estrella bajo la mera torre Eiffel. Y sólo
así consigue un instante de respeto o una leve briza de algo similar a la
compasión.
Entregando el alma por un instante de sabiduría, o de fantasía
pura y sin esperanzas. Por la ilusión de ese poder, que al menos en delirios
nos permita ver desde arriba los palacios y despreciar todo aquello por los que
los poderosos se desviven. Un momento de autosuficiencia que nos permita
despreciar incluso los placeres más anhelados, hasta que eso mismo y todo lo demás
que se conoce pase a ser una neblina, una fantasmagoría irrisoria que despierta
ternura o desprecio en aquel que lo ha logrado todo, al menos al borde del
límite difuso de una milésima de segundo.
La gota de lluvia
La ciencia ha danzado en la palma de su mano una melodía triste más antigua que el
tiempo. Mientras observo el agua de la fuente cristalina pienso en su presencia
majestuosa que atraviesa todo lo que es, será o podrá ser. Pienso en las
escalofriantes respuestas que me ha brindado, como un abrigo de fuego que los
crueles otorgaran a un mendigo. Su rostro fue soñado en presencia de Amón.
Aquellos que moran más allá de la frontera de nuestras desdichas, lloraron al
sentir su aliento. Y será él quien deje vacías las camas de los poderosos.
Quien sublime los universos que gotean de su frente afiebrada por el calor de
luces supremas.
Aquel que integro, habló sobre la materia: Es breve y
compleja. Arcilla fructífera, dúctil para refinados trabajos. Está hecha de la
ilusión pura y su sustento es una persistente y poderosa fantasía. El átomo es
un pretexto, una casa ilusoria para reunir partículas de un sueño que hemos
soñado juntos.
Aquel que me conforma dijo sobre el espíritu: Que podría ser
maestro entre los sueños. Avatar en la leyenda de la vida sobre el mundo. Pero
está encerrado en la prisión del miedo y la necesidad, cuya llave solo
encontrará, conociendo los rostros infinitos de un mar de universos.
Muchos creen haber ascendido en el espíritu y solo
vislumbraron el último destello del reflejo de una parábola murmurada en los
jardines de la inmensidad. Dicen haber superado el tiempo y el espacio y juzgan
con agrio acento a sus congéneres.
Ninguna de esas brutalidades denominadas religiones ha dado
jamás un fruto verdadero ya que conducen al ser a una sumisión rudimentaria y
grosera. A una limitación indigna de una
entidad inteligente. A unos despectivos misterios destinados a niños dementes.
Y luego me otorgó el gran secreto, diciendo:
Que el hombre es el creador de todo lo que existe. Persigue
un eco de su futuro en el océano del tiempo, donde uno de sus linajes, tal vez
un recuerdo lejano de lo que fue la humanidad, se expande por todo los
universos como una conciencia absoluta que decide crearlo. Por eso todo aquel
que se transforma en hombre dice, yo soy el alfa y el omega y soy el único
camino hacia el absoluto. Yo, el hombre mortal, el que tiene miedo, el que va a
morir y apenas será por un tiempo un recuerdo sombrío para sus hermanos.
Y me pidió que recorriera los cavernosos laberintos del
lenguaje en busca de palabras que llegaran al intelecto de los hombres. Y dijo
que algunas de ellas serían abominadas por algunos seres humanos. Y que quien
así procediera estaría despreciando la verdad por temor, ignorancia y mezquindad.
Más no será a mí a quien tendrán que escuchar, sino a mis
palabras, que realmente no me pertenecen. Yo soy alguien más, insignificante y
sumamente imperfecto como todos.
Qué más quisiera yo, simple mortal, que acariciar sus
confundidas almas con un bálsamo de esperanza y piedad y regocijarme en la paz
de sus semblantes. Pero no puedo. Me he desposado con la verdad que inundó mi
ser. Debo mostrarles el abismo, el largo y angustioso camino hacia la dicha absoluta.
Debo mostrarles la furia que reside en la misma esencia de la materia.
Ciertamente toda la naturaleza descansa en la violencia esencial. No hay amor
en la naturaleza. Tal cosa es una construcción humana que tiene propósitos
psicológicos y estabilizadores. El amor sería pernicioso para cualquier animal,
lo sometería a problemas adicionales al de la supervivencia. Ese reto que la
vida enfrenta y en el que tarde o temprano sucumbirá.
Pero el hombre se sirve del amor como de otras grandes obras
de la mente, para avanzar.
Sería fácil hablar de amor universal. Pero otra de las
grandes revelaciones es que hay sentimientos superiores al amor y muy por
encima de él. Sentimientos que nos están vedados porque nuestra mente aún no es
capaz de contenerlos.
Me sumerjo en las cristalinas aguas de la fuente y llego a
viajar en la enloquecida ubicuidad de los electrones. Millones de dinámicas complejas, produciendo
un número quizás infinito de realidades posibles. El roce de una de estas
trayectorias es nuestra realidad conocida. Millones de veces más frágil y
efímera que el discurrir de una gota de lluvia sobre un aterciopelado pétalo de
rosa.
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